Si estuviera en un hospital de finales del SXIX sin comprender porqué he sido internada; si vistiera un frío uniforme día tras día y viera mi identidad cada vez más desintegrada; si fuera drogada contínuamente y a pesar de todo me quedara esperanza, yo también escribiría.
Pero escribir no era algo al alcance de cualquiera en aquella época, y menos para un loco, y menos para una mujer.
Agnes Richter, como el resto de las mujeres del psiquiátrico sólo podía asistir a los talleres adecuados a su género: los talleres de costura.
Allí consiguió hilo y aguja para bordar su biografía sobre la chaqueta de su uniforme.
También lo entalló para hacerlo más ajustado a sus formas. Así creó una segunda piel para contener su memoria, bordada por dentro y por fuera, hasta el último rincón. Porque en la batalla contra el olvido lo que no se escribe muere y lo que es peor ¿y si el recuerdo muere antes que ella misma?
Agnes Richter. Fuente: http://prinzhorn.uni-hd.de