Mi flechazo con Manuel Montalvo fue en 2010, en la exposición que el MNCARS dedicó a RoseMarie Trockel. En dicha muestra, titulada RoseMarie Trockel: Un Cosmos, la comisaria Lynne Cooke tuvo el acierto de añadir obras de otros artistas que por diversas razones completaban el imaginario de Trockel. Entre esas obras figuraban las de algunos artistas outsider como Judith Scott, James Castle o los cuadernos del poco conocido Manuel Montalvo.
Puedo afirmar sin atisbo de duda que aquellos libritos de Manuel Montalvo fueron lo más impactante de la exposición y que de hecho son de lo mejor que he visto en el campo del arte. Ahí quedan como testimonio de la pulsión enciclopédica del hombre, como muestra de amor al arte, al conocimiento y al deseo de compartir.
A día de hoy sé que el artista los llamaba “Purivios” y que los hacía para regalarlos a sus familiares con la intención de que les acompañaran, como material de consulta.
Entre los saberes recogidos en los Purivios se encuentran mamíferos, pájaros, escudos, banderas nacionales, monumentos famosos y listas de todo tipo. Todo ello alternado con microscópicas leyendas que en lenguaje de procesador de textos tendrían ¡no más de dos puntos! Uno de los libritos, tan densamente trabajado como los demás, mide aproximadamente 5 x 3 cm.
Manuel Montalvo falleció hace sólo tres años dejando atrás una ingente cantidad de obra de lo más ecléctico. Era un hombre sencillo y afable que nació en una familia pudiente y que nunca se interesó por el estilo de vida convencional. Por satisfacer a su padre empezó derecho y filosofía pero sólo aguantó un año y enseguida volvió a volcarse en su pulsión creativa desbordada. Era de estas personas que siempre andaba con fragmentos de minas o ceras en los bolsillos y que pintaba sobre cualquier superficie, con saliva si no tenía agua. Uno de sus hermanos, el que mejor le entendió, insiste en lo portentosamente rápido que dibujaba. Un día le dio un catálogo de Goya a las 11 de la noche y se lo devolvió a la mañana siguiente plagado de dibujos en cada página.
Aun siendo completamente autodidacta, estuvo en contacto con varios artistas españoles y apuntaba como promesa del arte informalista cuando sólo tenía 20 años. Su obra es puro juego, y quizás por eso coqueteó con todos los estilos y no se detuvo en ninguno, lo que hizo que no encajara en el mundo del arte. Llegó a interesar a la galerista Juana Mordó pero, a pesar de tener talento, Manuel era indisciplinado y panorámico, poco compatible con el mercado del Arte.
El arte era un ejercicio inevitable para Montalvo, era su principal forma de comunicarse y de expresar su amor a la vida. Especialmente conmovedores son los recortables que hacía para sus sobrinos. Dibujos abigarrados sin un espacio de papel en blanco que recortaba después para crear multitud de personajes que mover por escenarios también dibujados por él. O las gomas de borrar talladas con temas como «Prehistoria» o «La Grecia de Pericles».