Construí este lugar para tener algo con lo que identificarme, porque no hay nada en esta sociedad con lo que me identifique o que desee emular.
Aquí puedo estar en mi propio mundo con mis templos y mis dibujos y con el espíritu de Dios. No tengo nada contra el resto de la gente y sus creencias. No le estoy pidiendo a nadie que siga mi camino o que haga como yo.
Aunque, cuando me haya ido, me seguirán como la noche al día.
San EOM al escritor de su biografía, Tom Patterson, 1985
Eddie Owens Martin (Georgia, 1908-1985) nació en una familia de granjeros y desde niño mostró una sensibilidad superior a la de su padre y el resto de sus hermanos. Su madre le enseñó a leer y escribir en secreto, lo que le fue útil cuando decidió abandonar su casa a los 14 años. Su padre había matado a un perro que le habían regalado los vecinos.
Recorrió Georgia y Florida recogiendo fruta y terminó en Nueva York donde se relacionó en seguida con gente de las artes. Mientras absorbía el hervidero cultural de Nueva York se ganaba la vida como podía, adivinando la fortuna, sirviendo comidas…
Al final de la década de los 30, tras padecer unas intensas fiebres comenzó a experimentar visiones que se convertirían en el motor de su actividad artística. La primera de ellas consistía en tres personajes excepcionalmente altos, enviados de un lugar llamado Pasaquan, un territorio donde futuro presente y pasado son indistinguibles. Él, Eddie Owens, era el elegido para “comunicar la paz y la belleza que podría esperar al hombre si éste anduviera con más cuidado”. A partir de ese momento se convirtió en San EOM el único Pasaquoyano del siglo veinte. Así, regresó a Georgia, donde sentía que debía desarrollar su obra, cuya construcción le llevó más de 30 años.