El Hombre Jazmín

Un blog de Graciela García

Martín Ramírez en el MNCARS

Martín Ramírez descubrió de manera intuitiva que trabajando la línea en sucesivas repeticiones podía levantar las formas del papel y dotarlas de corporeidad. Este sencillo gesto gráfico le permite construir asombrosos espacios donde la transición dentro-fuera se produce sin pedir permiso a la lógica.

Me pregunto qué habría pensado Escher de estas trampas bidimensionales que desafían nuestra percepción con una sencillez pasmosa.
Martín Ramírez (Jalisco, 1895- 1963) fue un campesino de origen indio que emigró a California para juntar algún dinero con el que sacar adelante a su familia y sus cuatro hijos. Allí encontró trabajo en el ferrocarril pero en 1931, las consecuencias del crack del 29 lo dejaron en la calle sin techo, sin idioma para desenvolverse y completamente desorientado. Entretanto la Rebelión Cristera arruinó a los suyos en Jalisco. Tuvo noticia de que su pequeña casa de adobe con huerta fue destruida y de que su familia se dispersó. Durante unos meses vagabundeó por las calles alimentándose de lo que encontraba y durmiendo donde podía. Nunca llegó a aprender inglés y su situación se agravó al caer enfermo.

Las autoridades lo llevaron a un psiquiátrico y allí produjo cerca de 450 dibujos durante los 33 años que estuvo internado bajo diagnóstico de esquizofrenia, depresión aguda, catatonia y psicosis. Él sabía que sus creaciones eran valiosas y a veces exponía los rollos terminados en la puerta del porche del pabellón. Sin embargo tenía que luchar para salvar los dibujos de los celadores, que registraban su habitación para destruirlos. Ramírez trabajaba con lo que tenía a mano, era un gran recolector de papeles de todo tipo, desde las notas de las enfermeras hasta papel de liar, sábanas de papel para camillas… que unía con pegamento de fabricación casera, elaborado con masa de pan, almidón de patata y su propia saliva. Ésta es la razón por la que muchas de sus obras fueron quemadas, pues se temía que contuvieran los bacilos de la tuberculosis.

En su imaginería se aprecia su vínculo con el ferrocarril, así como sus raíces mexicanas. Su universo está poblado por vaqueros, trenes, túneles, iglesias de la región de Jalisco y, ante todo, por sus características líneas concéntricas y ondulantes que son su unidad de construcción.

En el psiquiátrico, Ramírez decidió no hablar, por lo que se pensó que era sordo. Su mejor herramienta de comuniciación era el dibujo. No se cansó de repetir una y otra vez los mismos símbolos y algunas composiciones, entre las que se aprecian pequeñas variaciones en las formas.

La presencia de túneles en sus obras es constante. Juega con la ambigüedad espacial con algo tan sencillo como oscurecer sus arcos de líneas casi siempre por arriba. Ramírez parece fascinado con las construcciones humanas pero sus formas de líneas consecutivas se emparentan con el crecimiento de las formas naturales, como los mejillones o los árboles.

Parece que tuvo su léxico muy claro desde el principio, aunque no sabemos si los dibujos quemados serían acaso diferentes. La exposición del MNCARS no sigue un hilo cronológico ya que Ramírez nunca hablo de su obra ni fechó pieza alguna, sólo sabemos que las creaciones proceden de sus últimos 15 años de vida.

En el psiquiátrico estuvo en contacto con algunas imágenes que quizás influyeron en sus creaciones. Se sabe que proyectaban películas y que les facilitaban revistas. Algunos de sus dibujos incorporan imágenes impresas. Ramírez las pegaba al papel y les daba continuidad pictórica.

Una de las obras más chocantes porque se sale de su imaginería recurrente representa un barco en el agua. La forma de dibujar ambos elementos es sorprendente. Las olas se concretan en una filigrana que parece un recurso textil o medieval para atrapar la complejidad de un elemento natural.

El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) de Madrid recoge en la exposición ‘Martín Ramírez. Marcos de Reclusión’ una muestra de 62 piezas que podrá visitarse hasta el 12 de julio.

 

Ya casi estamos…

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