De todas la realidades (la vejez) es quizá aquélla de la que conservamos más tiempo en la vida una noción puramente abstracta. (Marcel Proust)
En el primer año de carrera en Bellas Artes teníamos una asignatura en la que debíamos escoger un tema en torno al que desarrollaríamos un proyecto, nuestro primer proyecto de investigación plástica. Debido a nuestra juventud lo acometíamos sin miedo, jugando y dando la vuelta a los pequeños descubrimientos que hacíamos con la ingenua ilusión de agotar el tema.
Hablo de esto porque el tema que yo escogí fue la vejez. Bajo el título Viejos mi proyecto presentaba multitud de experimentos en todas direcciones. Desde retratos realistas dibujados en la residencia del barrio con todo tipo de técnicas que iba aprendiendo y ensayando, hasta interpretaciones abstractas de lo que serían enfermedades como la demencia senil o la artrosis, pasando por esculturas con perchas encorvadas y otras ocurrencias.
Más allá de la dudosa calidad del resultado, la experiencia me sirvió para enfrentarme a uno de mis miedos evidentes, el miedo a envejecer, acompañado de esa sospecha abstracta de soledad a la que podría aludir la cita de Marcel Proust.
Realicé unas cinco visitas a la residencia de ancianos. Las personas que allí vivían me acogían con solemnidad o indiferencia. Me parecía increíble que individuos de aproximadamente la misma edad viviendo en las mismas circunstancias pudieran tener actitudes tan diferentes según lo que cargaran a sus espaldas. Recuerdo un hombre que era pura energía y adoptó el rol de introductor regalándome un esbozo oral de cada una de las personas que yo iba dibujando.
Algunos nunca se enteraron de que les dibujé y otros pocos mostraron indiferencia pero por lo general, tuve que hacer cada retrato dos veces para poder regalárselo a quien posaba.
Saqué una conclusión obvia: ¿qué debo hacer para ser como este señor (el introductor) cuando sea vieja? ¿cómo he de conducirme? ¿qué debo evitar para no quedarme en un recodo?.
Aún sigo habiéndomelas con esa inquietud y aplico una mirada ávida sobre las personas que mantienen su curiosidad y energía intactas siendo ya mayores.
Algunos lo demuestran embarcándose en proyectos creativos sin experiencia previa, dejándose la piel para sacar al exterior algo que llevan dentro con la premura de quien es consciente de su propia finitud.
El momento de la jubilación es un punto de inflexión que cada cual vive a su modo, como una marginación o como una oportunidad para dedicarse a lo que uno siempre quiso hacer con la serenidad propia de los años.
Bruno Montpied en su artículo Outsider art, the situacionist utopia : a parallel se fija en aquéllos que acometen su entrega a la vida creativa impulsados por una reacción contra la segregación de los mayores.
Habiendo alcanzado la edad de retirarse, estos hombres –y a veces mujeres- se sienten excluidos de la sociedad en la cuál han perdido su lugar.
Sus fuertes personalidades curtidas por circunstancias de la vida no se conforman con el vacío al que se sienten relegados. Sus “Palacios Ideales” nacen de esa represión inaceptable. La experimentación es su lenguaje de protesta, como si floreciera de manera natural y no hubiera alternativa.
Juan Antonio Ramírez nos habla con humor del síndrome de Juan Palomo para destacar que muchos autores outsider que construyen “Palacios Ideales” lo hacen tras la jubilación debido a que trabajan con sus propios recursos y necesitan disponer de tiempo.
Hace falta tiempo libre para dedicarlo a una actividad no remunerada, buena salud, energía, y un lugar propio donde poder trabajar sin impedimentos legales. Estas cosas no suelen darse de un modo coincidente hasta la edad adulta, cuando ya se han alcanzado o descartado ciertos objetivos profesionales y vitales, o cuando algunos desengaños (o iluminaciones) empujan a los individuos hacia la materialización de sus sueños privados.
Según este enfoque, la jubilación es una oportunidad que aprovechan personas como Máximo Rojo que sorteó las advertencias de su mujer que intentaba disuadirle para evitar las burlas de los vecinos. Máximo quería recrear en su jardín un material informe de conocimientos que habitaba su memoria. Sucesos de la historia que le interesaban, personajes emblemáticos en su vida y algunas parábolas personales. Lo comenzó a los 67 años y lo trabajó con devoción hasta su muerte. Ahora, el jardín de cemento languidece en la propiedad abandonada de Alcolea del Pinar.
Su historia es similar a la de Franz Gsellman, que tardó en poder entregarse a su pasión de ingeniero frustrado por las obligaciones de la granja en que trabajó toda su vida. Lo hizo a los 48 años y le dedicó los 23 siguientes. Aunque su trabajo no es el de un ingeniero al uso sino el de un artista juguetón que creó una máquina disparatada que producía luz, sonido y movimiento bajo el ambicioso título de Máquina del mundo.
También Charles Dellschau realizó sus dibujos sobre máquinas para volar a partir de los 78 años y Vollis Simpson, fabricante de maquinaria para mover casas, utilizó sus habilidades durante la jubilación para construir sus llamativos molinillos de más de 10 metros de alto a fin de calentar su hogar.
Una energía sin tregua se aprecia en S. P. Dinsmoor (EEUU, 1843-1932), soldado de la guerra civil y profesor de primaria, que a los 65 años llega a Lucas, Kansas y construye su casa y su propio Jardín del Edén poblado por estatuas de cemento y 30 árboles de cemento conectados por ramas sinuosas. También construyó un mausoleo para poder exponer su propio cuerpo embalsamado. A los 89 años se casó con una chica de 21. Su cuerpo yace, tal y como él deseaba, enterrado en su jardín.
Otro caso extraordinario es el del sátrapa Camille Renault (Francia, 1870- 1954) que esculpe en cemento los personajes de su Jardín de las sorpresas a partir de los 64 años en Attigny, Francia. Lo emprende como un desafío a su suerte que en pocos años se llevó a uno de sus hijos (ya había perdido otro en la guerra) y a su mujer. También sufrió la pérdida de su casa en un incendio.
Como él, tampoco Tressa Prisbey (1896-1988) fue una persona afortunada, y de un modo similar, comenzó a trabajar en su Pueblo de botellas a partir de los 60 años.
Más adelante seguiremos viendo autores que comienzan su actividad artística a una edad avanzada. En este post hemos citado a creadores de «entornos» y esculturas y en otros momentos ya hablamos de Bill Traylor que comenzó a dibujar con nada menos que 84 años, a la «abuela Moses» (76 años) , a Elisabeth Layton (68 años) …