Esta máquina del mundo contiene entre otras cosas dos góndolas, un timón de barco, un set de sal y pimienta, cinco crucifijos, 64 silbatos, 200 luces de colores y un barómetro. Su creador, Franz Gsellman tardó 23 años en construirla en su granja de las colinas austriacas.
Gsellman siempre tuvo una espina clavada por no haber podido estudiar ingeniería. En 1958 abondonó el negocio familiar tras el fuerte impacto que le produjo descubrir el Atomium de Bruselas. Inspirado por esta construcción, inició un recorrido por toda Bélgica estudiando por su cuenta lo que podía sobre estructuras arquitectónicas. De vuelta a casa, decidió dedicar su tiempo a la construcción de esta máquina de luz, color y sonido.
Comenzó copiando el modelo de Atomium, basándose en 25 hula-hoops. No le resultó fácil esquivar las preguntas familiares pero a pesar de todo, mantuvo su actividad en secreto durante ocho años, encerrándose en su taller cada mañana hasta la noche.
Cuando la obra salió a la luz produjo reacciones diversas, a la gente le resultaba curioso ver a este menudo y voluble hombre embarcado en lo que para ellos no tenía ningún sentido. Él sin embargo afirmaba que “Algún día sería buena para algo” Su fuerte fe cristiana le llevaba a considerar que esta máquina era un regalo que Dios le enviaba.