Josep Baqué fue un policía municipal barcelonés que en su tiempo libre compuso un atlas de 1500 monstruos.
Para ser un agente de la ley los monstruos de la calle le interesaban bastante poco. Lo suyo eran las criaturas inventadas, seres surgidos de la yuxtaposición de miembros animales de diferentes especies con actitudes o detalles humanos.
Josep Baqué fue probablemente un hombre de la mente más que de la tierra. Un hombre que se esforzó por mantener un equilibrio entre interactuar con el mundo y su tendencia a retirarse de él.
Nació en Barcelona en 1895. Un dato curioso es que su madre habría querido tener una niña y lo vistió como tal hasta la edad de cinco años. Esto que puede parecer anecdótico quizás jugó un papel en esa vida disociada que después le llevó a vivir entre dos mundos: el real y el de su fantasía. Cuando no nos sentimos aceptados podemos huir hacia dentro y vivir en este mundo pero, como dijo Cortázar, con «la sensación de no estar del todo».
Más tarde, en el colegio, le costaba la disciplina de estudio y se mostraba rebelde y excéntrico. Ya de niño aprendió a evadirse en el arte sobrevolando las ilustraciones de las revistas de Art Nouveau que le regalaba su tío. Es posible que su sensibilidad para el color y la ornamentación despertaran al contacto con estas ilustraciones y con los azulejos de la fábrica en la que trabajaba su padre, muy exitosa en la época.
Decidido e independiente, abandonó su casa con tan sólo 17 años para ganarse la vida en el extranjero, algo poco habitual en la época. Estuvo primero en Marsella y luego en Alemania, desarrollando trabajos diversos como pinche o picapedrero. Allí, sus cabellos rubios, su gran estatura y su dominio del idioma le jugaron una mala pasada cuando, en los albores de la Primera Guerra Mundial, intentó volver a España. Cosa que no consiguió hasta pasados varios trámites para demostrar que no era un desertor alemán.
Una vez en España tuvo que cumplir con sus obligaciones militares pero intentó mantenerse todo lo desapegado que le permitían los castigos.
Entre 1920 y 1928 vivió en Alemania, Bélgica y Francia, trabajando la mayor parte del tiempo como grabador en piedra de monumentos funerarios.
Nadie sabe por qué decidió regresar a Barcelona en 1928. Fue entonces cuando le consiguieron un empleo de guardia municipal. Vivió soltero y con su madre hasta la muerte de ésta. No se le conoció pareja hasta su fallecimiento en 1967, momento en que una mujer se puso en contacto con su sobrina para anunciarle el óbito e invitarla a venir a recoger sus pertenencias personales.
Podemos imaginar la sorpresa de su sobrina al encontrarse con la insólita creación de su tío. Ella era una de las pocas personas con las que Josep Baqué había tenido un vínculo cercano pero, desde que ella se casó, las relaciones se habían enfriado.
Observando los dibujos uno comprende que Josep Baqué se divertía, que jugaba. Que en la soledad de la creación se cargaba de la energía que la existencia mundana, siempre un poco ajena aunque no del todo indeseable, le hacía perder. Probablemente también se sosegaba y experimentaba ese extraño placer que sólo entendemos los niños raros, los que nos hemos abstraído —o substraído de la realidad— dibujando nuestra propia baraja de cartas. Esa mezcla de goce y ligero tedio al terminar una carta y pasar a la siguiente. Ponerlas todas juntas. Ver lo que se va creando. Guardarlas. Volver a mirarlas al día siguiente. Sentirse orgulloso y avaro.
Es posible que crear este atlas fuera para Josep Baqué una forma de regresar a la cálida guarida del niño solitario, inteligente, sensible y ligeramente inadaptado. Una manera de recuperar ese reducto de placer donde el tedio de la serialización y la diversión de las variaciones crean un caldo de fantasía y control de lo más reconfortante.
Su enciclopedia de monstruos está compuesta por 1.500 dibujos de criaturas clasificadas como: «bestias y animales salvajes», «hombres primitivos», «murciélagos e insectos», «arañas gigantes», «serpientes», «caracoles», «pulpos y sepias», «animales alados y peces».
Cada lámina mide aproximadamente 17 x 34 cm y están realizadas con lápiz, témpera, tinta y acuarela sobre papel granuloso que encontraba en el trabajo. Todas cuentan con un marco y unas guías a lápiz para alojar una leyenda que permanece en todos los casos vacía.
Para Baqué la categorización y el orden eran muy importantes y las piezas están numeradas y recogidas en un estuche de cartón. Toda una suerte porque nos permite ver las diferencias entre los primeros dibujos, más naives, y los últimos, donde se aprecia la evolución.
— Hasta aquí llega el post sobre Josep Baqué y comienza una anécdota, si sólo te interesa Baqué aquí termina tu lectura—
Me encantan las casualidades y no puedo dejar de contarlo. Las casualidades son regalos que la vida reparte caprichosamente si bien, como dijo Pasteur, la casualidad tiende a sorprender a los espíritus atentos. También es cierto —y esto ya no lo dijo Pasteur — que a veces lo que parecen casualidades no son sino el fruto de una guía inconsciente en esos momentos en que la consciencia cree que manda y sin embargo te lleva a ver dos exposiciones que en principio no tienen nada que ver con Josep Baqué.
Y así fue como me tocó el regalo de la casualidad. Tras pasar la mañana inmersa en unos libritos de Josep Baqué que un amigo lector del blog ha tenido la amabilidad de enviarme, voy al Caixa Forum para ver una exposición que tenía pendiente desde hacía tiempo: Yo veo lo que tú no ves, una pequeña pero nutrida muestra sobre arte realizado por personas con TEA.
Allí me sorprendo con el paralelismo entre las obras de Baqué y las de Lilja Beer, una mujer de 37 años con autismo que también atesora su propia granja de animales imaginarios dibujados con lápices de colores y bolígrafos. La afinidad con los monstruos de Baqué salta a la vista.
Dicho sea de paso la exposición merece la pena por el interés de algunas de las obras y porque ayuda a comprender la experiencia —la dureza y la riqueza— del autismo a través del testimonio gráfico/animado de algunas personas.
Aprovechando la visita al Caixa Forum voy a por la segunda exposición que tenía ganas de ver, una sobre animales en el arte egipcio. Lo sorprendente en este caso no sé si es la casualidad o que no me diera cuenta hasta ahora, escribiendo este post, del evidente paralelismo que hay también entre Baqué y el imaginario egipcio, que observaba, escogía y mezclaba los animales para concebir criaturas simbólicas.
Y después de este baño de criaturas inéditas me entran ganas de ponerme a dibujar y a crear mi propio bestiario.
¡Hasta después de las vacaciones!