El Hombre Jazmín

Un blog de Graciela García

Cuentos Públicos de Estilo en el Trabajo de Ventura

 

Quedo con Fernando Ventura en un bar de Malasaña porque quiere enseñarme unos libros en los que está trabajando.

Ahora prefiero el collage, no sufro como con el dibujo, me dice. A lo mejor es porque en el dibujo estás tú solo. Parece estar de acuerdo. Eso es, al menos, lo que me pasa a mí, le explico.

Los collages de Ventura son tan inquietantes e inapresables como sus dibujos, con la ventaja de que estos, los collages, se alimentan del rico repertorio de texturas que le proporcionan las imágenes de revistas. Él tiene predilección por las texturas de la comida, me indica señalando el recorte de un guiso irreconocible, convertido en prótesis o muñón. Y protesta porque el collage sea, en cierto modo, una técnica de segunda.

Claro, pienso yo, el artista está en lo que escoge y transforma. El artista es un trapero. En el collage se ve más claro pero el espigado, el robo y la transformación está en cualquier obra y técnica. A mí, del collage, me atraen los regalos del azar, que se exhiben así, en bruto, tan desvergonzados. Los dos libros que me enseña Ventura son un caldo de encuentros afortunados.

El primer libro, el que lleva más avanzado, se llama “Cuentos públicos de estilo en el trabajo de Ventura” y es eso, un ejercicio de estilo, un cuaderno de aforismos, un poemario dadá… Un libro de artista que utiliza como soporte el libro de otro artista: un catálogo de escultura. Y es bueno, muy bueno. Sobre todo en algunos momentos, faltaría más.

En este libro el material de fondo y la intervención de Ventura a veces se ignoran y a veces conversan. La escultura convertida como nunca en material gráfico. Y luego están los textos, por alguna razón me quedo enganchada en uno, que me deja como con hambre “Con depresión mejor construir señales que futuro”.

Está compuesto como los otros textos juntando palabras recortadas, igual que en los mensajes anónimos. Uno escribiendo así está menos expuesto, puede querer decir algo profundo o sólo estar jugando a descubrir asociaciones inquietantes ¿Cómo será esa mesa de Ventura llena de palabras a la espera? Ventura también practica la escritura tradicional, ésa en la que las palabras son llamadas a testificar una a una, palabras de las que uno tiene que hacerse plenamente responsable. En este blog dediqué una entrada hace unos meses a sus escritos.

Al final del libro, en las últimas páginas, donde todavía Alberto Bañuelos es Alberto (sin Fernando) me encuentro unos cuantos dibujos sueltos, tamaño cuartilla. Entonces es cuando Ventura me cuenta la historia de su amigo Florentino Vico. Estos dibujos, me explica, son para que los venda un buen amigo mendigo, que duerme en la Plaza Mayor. Ventura tiene curiosidad por ver cómo reacciona la gente. Los dibujos son como siempre, potentes y de algún modo terribles. Casi todo retratos. Su amigo estará (si le dejan) vendiéndolos como suyos allí, en el corazón turístico de Madrid, junto a los pintores de quijotes y caricaturas al carbón. Con su facha de mendigo y su poderoso nombre como de alguien destinado a algo grande.

Ventura admira a su amigo. Como él, Florentino percibe la remi pero se encuentra en una situación más precaria. Ventura se ha planteado enseñarle a dibujar, meterle en esto como Jaime Vallaure hizo con él, plantarle frente a un carboncillo y animarle a emborronar, rasgar, romper y reconstruir. El problema es dónde, yo le propongo a Ventura que le de revistas y una grapadora, que haga collages nómadas, casi esculturas, para no necesitar una mesa, pero creo que no termina de ver la idea. En cualquier caso, volviendo al tema de las ventas, Ventura le ha propuesto ir a medias y si la cosa funciona, a lo mejor Florentino encuentra una cuerda de la que tirar. El precio a Ventura le da lo mismo, él siempre prefiere que sus dibujos viajen, que tomen su propio camino, no le gusta acumularlos.

Entretanto, Ventura continúa junto a Jaime el proyecto La Sociedad del Carbón, donde ambos dibujan a carboncillo mano a mano, aprendiendo a cazar la riqueza de lo borrado y lo sobreescrito por el otro. Y también, imagino, depurando el difícil arte de “parar”.

Nos despedimos. Ventura se lleva sus dos libros, que espero termine, y mientras quito el candado de mi bici  hablamos por alguna razón del problema de tener tiempo, de aburrirse. Pero sin aburrimiento no suceden cosas, acordamos, no hay caldo, sólo comida preparada que a veces, con algo de suerte, da el pego.

Si queréis saber más sobre Fernando Ventura, aquí tenéis varias entradas sobre él.

Ya casi estamos…

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