Un domingo no es el mejor día para visitar la Catedral de Justo Gallego. Como todos los monumentos célebres –aunque éste no está terminado ni legitimado por la industria turística– se llena de curiosos en los días de fiesta. A unos veinte minutos de Madrid, la Catedral de Mejorada del Campo atrae un incesante goteo de visitantes desde el anuncio de Acuarius en 2005.
Por suerte, esta anécdota no le quita un ápice de interés o autenticidad. Justo Gallego tiene a día de hoy 84 años y lleva un lustro enfrascado en la titánica tarea de construir una catedral en homenaje a la Virgen del Pilar. Su energía deja a los visitantes con la boca abierta.
Un domingo, decíamos, no es el mejor día para hacer fotografías. Sin embargo sí es un buen momento para hablar con este curioso y disciplinado señor, ya que es el único día de la semana que descansa. Su creación podrá ponerse de moda o caer en el olvido, pero ni esto ni el paso de los años afectan a su ritmo de trabajo ni a su determinación.
En caso de volver a empezar ¿haría algo de forma diferente? Justo responde a mi pregunta tras unos segundos de reflexión: Lamento que la Catedral no mire hacia Jerusalén. Si la comenzara hoy mismo le daría esa orientación y la haría más grande, diez metros más alta y otros diez más ancha. Más no se puede porque es el tamaño de la parcela (Sin contar con el claustro y las edificaciones anexas, la Catedral tiene sesenta metros de largo por veinticinco de ancho. Como puede apreciarse en la fotografía, la Catedral aprovecha prácticamente todo el espacio disponible. Está situada en el casco urbano y flanqueada por casas y carreteras. No todos los vecinos están contentos con la construcción, sobre todo no lo estaban al principio. Con el tiempo han descubierto que la Catedral enriquece la localidad y han aprendido a aceptarla. A pesar de esto, su destino sigue siendo incierto pues no se ha encontrado la manera de legalizarla.).
Por lo demás ¿es como la imaginaba? ¿Sabía que quedaría así desde un principio ? Sí, es como la imaginaba. Lo tenía claro desde el principio, todo está en mi cabeza.
En estos momentos trabajan en la construcción tres personas, Justo Gallego, un amigo suyo y un obrero de origen rumano al que paga como apoyo esporádico. Durante estos cincuenta años Justo ha consumido toda su herencia familiar y puede continuar gracias a los donativos y los souvenirs que vende. Si tuviera los medios, declara, necesitaría sólo tres años para concluirlo todo pero tal y como están las cosas lo más importante es poderla “cerrar”. Cerrando la techumbre, en especial la cúpula (elemento estrella que le llevó treinta años construir y aún se encuentra en esqueleto estructural), podría dar la obra por terminada.
Merodeando por la construcción uno se encuentra con los distintos espacios que sirven para “cocinar” los elementos, el improvisado taller de vidrieras donde se dibuja sobre los cristales que luego pasarán a cubrirse de virutas de color, el almacén con fragmentos de mármol, el área donde se modelan los pequeños motivos de cemento de la cripta… Todo está a medias. Justo tiene una fuerte visión de conjunto y en eso demuestra un planteamiento diferente a la mayoría de autodidactas. Es resolutivo y ocurrente pero no se entretiene en las minucias y automatiza los procesos. Si alguien tuviera que terminar la Catedral en estos momentos sabría perfectamente cómo querría Justo que lo hiciera.
Le pregunto por el color de las vidrieras. Hay tanto amarillo y rojo que es imposible no pensar en la bandera española. Él me saca de mi error. La simbología de los colores, me explica, proviene de la liturgia. El amarillo es la gracia, el rojo el amor y el azul (que también tiene presencia) simboliza la pureza. La bandera española, según él, toma sus colores de la Iglesia.
Uno de los rasgos característicos de la arquitectura autodidacta es la concepción flexible de los elementos. Cualquier cosa puede convertirse en un elemento estructural o decorativo. En el caso de Justo esto es palpable en multitud de detalles. En el aprovechamiento de los cubos de pintura por ejemplo, que rodean y adornan las torres de la fachada. También en la arquitectura outsider, la falta de medios conduce a la optimización de recursos, utilizando de forma creativa materiales insólitos. Un material tan poco resistente como el cartón encuentra su lugar en las paredes de las bóvedas y una vieja rueda hace las veces de polea.
Llama la atención la cantidad de muelles que hay por todas partes. A Justo le parecen hermosos y dice que los usa para decorar. Esto no es exacto. A poco que uno se adentre en la estructura descubre que los muelles articulan casi todo. Son la base de las columnas, los arcos y los escalones. Estos últimos son curiosamente cilíndricos y resultan extremadamente difíciles de subir en algunos tramos. La esquina es fea, sentencia Justo. Y en esto parece estar alineado con el Feng Shui, según el cual la energía se estanca en los ángulos rectos.
Por supuesto, Justo no habla en estos términos. Utiliza en cambio frecuentes alusiones a la Belleza. Reproduciendo sus palabras, Justo dice buscar que la gente se pregunte por el origen, por lo que hay detrás de la belleza, para llegar a la conclusión de la creación divina.
Justo Gallego no se siente iluminado. Exalta el sacrificio humano para transmitir un testimonio cristiano. Le pregunto si ha recibido algún “mensaje” durante todos estos años de sacrificio y me responde con cierta sorna “Aquí no hay milagros, tan sólo trabajo”.
Su desafío a los límites me hacen pensar en unas palabras de Fiorini en su libro El psiquismo creador donde reflexiona sobre “Lo posible como alternativa a lo real” (p. 31):
La caída en lo imposible es un riesgo de esta movilización, de esta provocación del caos. Con ese riesgo de caos se abre la posibilidad de construir nuevos objetos, nuevas formas y relaciones, es decir, construir lo posible como alternativa a lo real, y en ese lugar de lo posible hacer brotar un nuevo real.
Su historia es un sorprendente testimonio de autosuperación y tesón. Resulta extravagante pensar que expulsaron a este hombre del Monasterio en el que ingresó a la edad de 27años para satisfacer su vocación religiosa como fraile. Al parecer contrajo tuberculosis y temieron que contagiara al resto de los frailes. Lo que resulta maravilloso es que ni la enfermedad ni el rechazo pudieran frenar a este hombre que, probablemente, haya sobrevivido a la mayoría de los que ahora serían sus hermanos y que, sin duda, ha dado muestra de una fe y una disciplina difíciles de superar.
Fotografías: Graciela García
Bibliografía
Héctor Fiorini. El psiquismo creador. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1995.
Laia Rosa-Armengol. La catedral inconclusa de Mejorada del Campo (Madrid). En Juan Antonio Rámirez, Escultecturas margivagantes. La arquitectura fantástica en España. Madrid: Ediciones Siruela‐ Fundación Duques de Soria, 2006, ver p. 215 y ss.