El pasado viernes asistí a una estupenda conferencia de Brooke Davis Anderson en la Escuela de Arte 10. En ella se presentó el trabajo de catorce artistas autodidactas, doce de ellos afroamericanos y dos caribeños.
Uno de los mejores momentos para mí fue redescubrir la obra de Bessie Harvey (Dallas, 1929‐ 1994), una artista de Tenesee que trabajaba con palos y todo tipo de artefactos y residuos que recogía en el río. Bessie Harvey tenía la convicción de que los materiales y fragmentos de árbol que rescataba del agua eran objetos espirituales, cargados de magia. Nunca había estado en África y para ella crear se convirtió en una forma de conectar con sus raíces africanas.
Bessie Harvey iba guardando los objetos que recolectaba en una maleta. De este modo, cuando buscaba conseguir “el regalo” de inspiración que necesitaba para comenzar una obra le bastaba con abrirla y dejar volar su imaginación.
Ellos hablan. Hablamos mientras los construyo; hablamos cuando no estoy construyéndolos. A veces simplemente cojo un trozo de madera que no es nada y sé qué es lo que va a ser, lo sé en ese mismo instante y comienzo a hablar con el trozo de madera antes de tocarlo, antes de hacer nada con ello, porque ya sé que es algo.
Su obra fue incluida en la colección del Whitney Museum de Nueva York en 1984 y a partir de entonces quedó conectada con los circuitos y el mercado del arte contemporáneo. Una de sus obras posteriores se titula «Las siete lenguas de un marchante de arte».