El azar es definido por André Bretón como “el encuentro entre una causalidad externa y una finalidad interna”.
La piedra forma parte de esos objetos que pueden ayudarnos a entrar en contacto con nuestros deseos. Aniela Jaffé sugiere que “la animación de la piedra tiene que explicarse como la proyección en la piedra de un contenido, más o menos claro, del inconsciente”.
La piedra está en el origen del proceso creativo de algunas personas que se dan a la creación de manera repentina. Así sucede en la historia del cartero Ferdinand Cheval, a quien una piedra sirvió de detonante para entregarse a la loca tarea de construir un palacio ideal que se le había aparecido en sueños. A él se entregó durante 33 años y nunca se habría planteado dar forma a esa visión de no ser porque un día se topó con una piedra cuya extraña forma le resultó fascinante. Ya llevaba mucho tiempo acumulando piedras que llamaban su atención en el jardín de su casa. Las recogía durante sus viajes en bicicleta o en sus paseos con carretilla.
Mon pied avait accroché un obstacle qui faillit me faire tomber; j’ai voulu savoir ce que c’était. C’était une pierre de forme si bizarre que je l’ai mise dans ma poche pour l’admirer à mon aise […] C’est une pierre molasse, travaillée par les eaux et endurcie par la force des temps, elle devient aussi dure que des cailloux. Elle présente une sculpture aussi bizarre qu’il est impossible à l’homme de l’imiter: elle représente toute espèce d’animaux, toutes espèces de caricatures.
Coleccionar piedras y envanecerse de poseerlas parece algo común a muchos artistas. Carlo Zinnelli, que pintó más de 3000 obras en un psiquiátrico de Verona, caminaba acompañado de piedras de formas sugerentes que acumulaba en sus bolsillos rebosantes. También Nek Chand estaba fascinado por las piedras de formas extrañas. Cuando trabajaba como inspector de carreteras, empezó a acumular piedras en una pequeña cabaña que se había construido en la jungla, en un terreno donde soñó que se asentaba el corazón de una gloriosa dinastía. En 1965, tras una ardua labor de acumulación de materiales, comenzó a construir su paraíso. Ya antes había dispuesto sus piedras en torno y erigido las primeras figuras con cemento y ropa vieja.
La piedra cuenta además con ese componente de “eternidad” que nos hace conectar emocionalmente con ella, como demuestra Max Ernst en esta carta a Giacometti:
Alberto [el artista suizo Giacometti] y yo padecemos de esculturitis. Trabajamos con rocas de granito, grandes y pequeñas, procedentes de las morrenas del glaciar Forno. Maravillosamente pulidas por el tiempo, las heladas y la intemperie, son fantásticamente bellas por sí mismas. Ninguna mano humana puede hacer eso. Por tanto, ¿por qué no dejar el duro trabajo previo a los elementos, y limitarnos a garrapatear en ellas las runas de nuestro propio misterio? –Max Ernst. Carta desde Maloja 1935.
Volviendo a la intervención del azar, de lo que podríamos llamar “los regalos del azar”, podemos considerar el encuentro de Ferdinand Cheval con su piedra-detonante como una serendipia. Desde el descubrimiento de la penicilina hasta el átomo de Bohr, la ciencia está llena de estas felices casualidades. Pero Louis Pasteur advierte de la importancia de la predisposición de la voluntad para que ello suceda. “Dans le champs de l’observation le hasard ne favorise que les esprits préparés»
Serendipia es un neologismo de irregular fortuna, que en ocasiones se funde con otros conceptos como el principio de sincronicidad (de Gustav Jung) o el azar objetivo (hasard objectif) que es uno de los conceptos fundamentales del surrealismo y procede de Engels, aunque fue André Breton, teórico del movimiento, quien le dio el peculiar sentido que apuntábamos al comienzo de este capítulo. Este designa la confluencia inesperada entre lo que el individuo desea y lo que el mundo le ofrece. Así, uno está pensando en determinada persona y de repente, al cruzar una esquina, topa con ella. Se trata, pues, de coincidencias o casualidades, pero cargadas de un valor emocional que las vuelve significativas.