El 28 de noviembre de 2021 falleció Justo Gallego y como humilde tributo me gustaría compartir con vosotros un texto que escribí para el libro L’Ouvrage (Editorial La Fábrica, 2019) del fotógrafo y cineasta francés Blaise Perrin. Os dejo también algunas imágenes de su magnífico proyecto:
Imagina que dedicas más de cincuenta años a saldar una deuda. Una deuda con la Virgen del Pilar, quien curó tu tuberculosis y te rescató de una depresión. Imagina que le prometes algo grande. En castellano existe la expresión “grande como una catedral” para indicar que algo es inmenso. Pues bien, en este caso la desmesura del exvoto es literal porque lo que el hombre del que vamos a hablar le ofrece a la Virgen es justo eso: una catedral.
Imagina que el terreno lo tienes y también cierto patrimonio familiar que puedes vender para conseguir los primeros materiales. El resto lo tendrás que inventar sobre la marcha: el cómo y el con qué. Sólo cuentas con tus manos y la fuerza de tu fe. En contra están los vecinos, la familia y a veces el clima, la debilidad del cuerpo… pero poco importa si el camino es justo. No en vano este hombre se llama precisamente así: Justo. No podía sino ser inquebrantable en su promesa.
Justo Gallego, su historia
Nacido en Mejorada del Campo en 1925, Justo fue agricultor hasta la edad de 27 años, cuando ingresó en el monasterio de Santa María de la Huerta para cumplir con su vocación y hacer feliz a su devota madre, con quien tenía una relación estrecha. Fue expulsado siete años después porque había contraído tuberculosis y según cuenta Justo, se temía que contagiara a los otros monjes. Sin embargo según los registros, más allá de la enfermedad, su fe no tenía cabida en un monasterio donde su extrema y austerísima visión de la entrega a Dios se veía como una amenaza para la comunidad.
Al verse rechazado por la iglesia, Justo cayó en una profunda crisis depresiva. Sin embargo, su vocación y su fe eran tan grandes que, apoyándose en ellas, logró transformar su depresión en una poderosa fuerza creativa. Como no pudo ser fraile dentro, decidió ser fraile fuera, consagrando su vida a la religión de una manera personal, a la vez íntima y ostentosa. Su fe estaba “al raso” y quiso levantar un edificio para contenerla: hacer que su fe fuera el edificio y que el edificio fuera su fe. Construyó una catedral de 8.000 m² y 35m de alto que a día de hoy consta de una iglesia, un baptisterio, una sacristía, dos claustros, una cripta, una sala capitular, una biblioteca y cuatro viviendas para sacerdotes.
El ex -monje comenzó la catedral sin plano alguno, guiado por la visión que del edificio tenía en su cabeza. Acudía por las noches a las fábricas de ladrillos para recoger las piezas defectuosas, inservibles para la venta. Piezas que ahora confieren a los muros ese aire onírico y expresionista tan hermoso. Luego organizaba estos ladrillos y otros materiales de desecho, que reconvertiría en material de construcción ante la mirada atónita de los vecinos.
Durante esos primeros años, para protegerse, Justo no habló con nadie. El personaje encarna a la perfección el tipo castellano de fisonomía enjuta y carácter adusto que dio lugar al célebre Quijote. Justo podría ser un Quijote contemporáneo empeñado en realizar lo imposible, defendiendo sus ideales ante todo y todos.
Los años pasaron y alrededor de la catedral el mundo siguió su curso. Justo incluso asistió a un cambio de tornas cuando el Señor Marketing, siempre tan voraz, se interesó por su historia y lo convirtió en eje de un anuncio de Aquarius. Este acontecimiento reportó visibilidad y reconocimiento al artífice de la catedral y a Mejorada del Campo, que empezó a enorgullecerse de aquél a quien miraba de soslayo.
Sus vecinos aprendieron a admirar al personaje, el ingenio de sus soluciones, la increíble magnificación de los recursos como, por ejemplo, el empleo de una rueda de bicicleta como polea. Se crearon plataformas de apoyo, recibió ayudas económicas y de trabajadores voluntarios de forma intermitente pero recurrente.
A día de hoy (el texto está escrito en 2019), con más de 90 años, Justo sigue trabajando sin descanso, a excepción de los domingos.
Justo Gallego y el art brut
La fuerza de su visión y lo colosal de la construcción nos lleva a pensar, inevitablemente, en aquel palacio mítico tan alabado por los surrealistas, Le Palais Idéal, construido por un cartero a semejanza de lo que había visto en sueños. La imagen de Cheval recogiendo piedras con su carretilla encuentra un paralelo en la estampa de Justo acudiendo a la fábrica por la noche a recoger los ladrillos descartados. Comparemos dos fotografías:ambos tienen la misma mirada implacable dirigida hacia el horizonte, la misma complexión física y hasta comparten un idéntico halo de austeridad.
Las pulsiones que llevan a personas de distintas culturas a acometer empresas similares resulta fascinante. Existen semejanzas entre los procesos creativos de arquitectos autodidactas de todas partes del planeta. Manifiestamente, uno de los rasgos característicos de la arquitectura “espontánea”es la utilización de todo tipo de materiales de forma heterodoxa, cualquier cosa puede convertirse en un elemento estructural o decorativo. La Catedral de Justo es una clara muestra de esta pulsión de aprovechamiento que no sólo estriba en la falta de medios, hay algo placentero en no añadir basura al mundo, en dar una nueva vida a los objetos.
Los cubos vacíos de pintura rodean y adornan las torres de la fachada; las barandillas están hechas con botes de chóped; las almenas construidas con botes de laca; otros envases sirven para encofrar las columnas de hormigón y el cartón encuentra su lugar en las paredes de las bóvedas.
Por encima de todo llama la atención la cantidad de muelles que hay por todas partes. A Justo le parecen hermosos y dice que los usa para decorar, lo que no es exacto. A poco que uno se adentre en la estructura, descubre que los muelles articulan casi todo: son la base de las columnas, de los arcos y de los escalones. Estos últimos son circulares y resultan extremadamente difíciles de subir en algunos tramos pero… «la esquina es fea», sentencia Justo. Y en esto parece estar alineado con Antoni Gaudí, con quien comparte más de una coincidencia.
Las hazañas de los grandes arquitectos salvajes del art brut encuentran su eco en territorio español. Así, nuestro Justo Gallego pudiera ser como un cartero Cheval en Francia.
Por lo faraónico de su empresa y por el desafío a los límites que supone, Justo Gallego recuerda también a otro español, Lino Bueno, que a 120km de la catedral de Mejorada del Campo, en la localidad guadalajareña de Alcolea del Pinar, dedicó 20 años a vaciar una enorme piedra para hacerse una casa dentro. De gran envergadura es también El Pasatiempo de Betanzos, un capricho indiano que los hermanos García Naveira construyeron como un jardín enciclopédico de 90.000m² en Galicia. Las diferencias, al igual que las semejanzas entre estas arquitecturas, son palpables. Lino Bueno actuó por necesidad y los hermanos García Naveira por el gusto de materializar lo aprendido en sus viajes. Sus obras carecen de la indefectibilidad de la empresa de Justo, marcada por el fervor de la misión religiosa.
Asceta, devoto y trabajador incansable, el talante de Justo recuerda más al de Arthur Bispo do Rosario, quien también consagró su vida a una misión religiosa y creativa: representar lo que debía ser salvado el día del Juicio Final.
Bispo do Rosario reunió en el cuarto fuerte del psiquiátrico en el que estaba internado un ingente corpus de obras: maquetas, bordados, esculturas y ensamblajes llamados a representar el universo. Como Justo, Bispo sentía que debía ejecutar una misión ineludible, sin más opción que la de entregarse a ella y convertirse en mediador y demiurgo. Como Justo, Bispo comía y hablaba poco. Dedicaba sus fuerzas a la creación porque el tiempo apremiaba. Al fin y al cabo, ambos creadores construían y creaban por el mismo motivo: para que quedara testimonio de lo que consideraban importante.
Ahora imagina que Antoni Gaudí levanta la cabeza, que más de un siglo después de su muerte se entera de que en una pequeña ciudad madrileña otro individuo soñador –otro detractor de la esquina y ante todo, otro ferviente católico– está erigiendo su propia catedral desde hace más de 50 años.
Imagina que Gaudí conversa con Justo y que éste le habla de tomar decisiones según se avanza y de la belleza de las formas orgánicas. La conexión que sentiría Gaudí sería inmensa y culminaría al enterarse de que la calle en la que se yergue la catedral… ¡es la calle Gaudí, 1!
Quizás no es descabellado imaginar que de la boca del insigne arquitecto pudiera brotar el eslogan de aquella campaña de Aquarius: “el ser humano es imprevisible”.
L’ouvrage de Blaise Pierrin
Podemos desentrañar los insólitos materiales que componen esta obra, recorrerla, hablar con Justo; pero todo acercamiento a ella siempre deja un poso de misterio. Misterio que se encuentra en lo que no está.
Lo que está: una catedral delirante, un exvoto desproporcionado, la utopía, la renuncia a una vida real en la tierra a cambio de una imagen mental: un sueño imposible convertido en arquitectura Frankenstein.
Lo que no está: la experiencia del amor (humano), el descanso, la posibilidad de cambiar, de desinteresarse, la integración en el mundo real.
En este sentido, Blaise Pierrin es respetuoso con estos vacíos y con la psicología irreductible del personaje. Da cuenta de la futilidad del espectador y parece enmarcar sus tomas en el primer momento del día, un día que para Justo comienza muy temprano, a veces a las tres y media de la mañana: un despertar de rectitud y trabajo, de mente y manos. Sin pausa, sin ansiedad, sin visitantes: sólo el hombre y su recto camino.
Blaise Pierrin retrata principalmente fragmentos, me pregunto por qué. Pienso que a través del detalle y lo pequeño se conecta con lo inconmensurable, frente a las visiones generales, que se guardan en una caja.