Transcripción:
A la mujer sabia, se la desterraba de otra manera: recluida o aislada en algún paraje de difícil acceso, ella era la sacerdotisa, oraculum (hablante) o sibylla (la que silba), consejera, pues, mediadora, profetisa, pero nunca rival. Diferente, superior, pero lejana y ajena.Serpiente de tierra o de agua, la que sisea (σίζω), la que silba, la que sabe.La sierpe: animal sagrado en los matriarcados, reverenciado en antiguos territorios meridionales, maldito en cambio en los patriarcados que codiciaron su poder.¿Tanto necesitaban defenderse, los patriarcas, de las diosas fértiles, de su conocimiento de los ciclos, su dominio de la escucha, el augurio y el arte de curar? ¿Tanto poder tenían ellas, tanto saber, para que a los varones de la era histórica les resultasen tan incómodas?Saludo a aquélla, capaz de contemplar de frente el abismo que circunda la existencia. Aquella que no se deja distraer por fuegos de artificio y necias celebraciones, ni se engaña ocultando su rostro tras la máscara ajustable de las conveniencias. Saludo a aquella que sabe arrastrarse con la sierpe, volar a ciegas con el murciélago y dormir cabeza abajo arropada en el sayo de sus propias alas, husmear con las fieras la presa en los vientos y desgarrarla sin ira, aletargarse con los saurios, hibernar con el oso. Saludo a aquella que aceptará su muerte como aceptó su vida, sin pedir clemencia, sin prolongar la espera.Chantal Maillard. La compasión difícil. Galaxia Gutenberg, 2019.
Introducción
La serpiente es un símbolo omnipresente en los relatos cosmogónicos de muchas culturas en lugares del mundo tan distantes entre sí como la India, los Andes o Australia.
Allí donde se venera a la naturaleza, se honra también a la serpiente y matar al ofidio ha significado en la mitología griega y de Oriente Próximo someter a la oscura madre tierra a favor del luminoso padre cielo. Sin embargo, un análisis cuidadoso de estos relatos revela que el poder de la Tierra encarnado en la sierpe pervive de forma latente en el nuevo orden y se expresa a fin de ser reconocido e integrado.
Mi intuición es que la serpiente y todo lo que ella encarna: la sabiduría ctónica, la transformación, los secretos del inframundo y del tiempo no lineal, se desliza por las fisuras de la “realidad objetiva” para llamarnos a revisar nuestro paradigma excesivamente materialista, desnaturalizado, receloso de lo simbólico y por lo tanto: incompleto.
Como investigadora de Art Brut[1] me pregunto de qué manera aparecen las serpientes en el imaginario de los creadores y en particular en el de las artistas visionarias. Desde este marco arrojo una mirada curiosa y poética sobre esta cantera de imágenes del inconsciente –personal y colectivo– cuestionándome con qué frecuencia aparecen y si se representan literalmente o se toman de ellas sus atributos.
En este viaje en el que me hallo inmersa veo que en el caso de las mujeres, la serpiente aparece con menos frecuencia de forma figurativa que en el de los hombres. Sin embargo está presente, o así lo entiendo yo, de otra manera. Como si la que pinta, la que borda o dibuja fuera, ella misma una serpiente.
La que oye con la piel
Los mecanorreceptores son nervios sensoriales espaciados a lo largo de la piel del cuerpo de la serpiente y conectados a la médula espinal, lo que permite que el animal pueda sentir las vibraciones de baja frecuencia que le llegan a través de la tierra y las hacen muy sensibles a los terremotos. Estas vibraciones se propagan a lo largo del cuerpo hasta llegar al cerebro.
Lo sinuoso y lo vibrátil, lo que avanza de forma orgánica en lugar de línea recta, es muy habitual en la obra de mujeres del Art Burt, en especial en las artistas mediúmnicas o visionarias que, como las serpientes, parecen tener un oído interno.
La contemplación de algunas de estas obras parece llevarnos en un viaje de descenso, hacia abajo, hacia adentro, atravesando las capas de la tierra.
Hoy en día sabemos que la vibración del sonido crea formas visuales. Los conocidos como patrones de Chladni muestran formas que se configuran al tocar el violín junto a una plancha metálica cubierta de arena. Aunque podemos constatar que los dibujos cambian en función de la frecuencia del sonido, desconocemos de dónde vienen y por qué esto es así.
Los motivos naturales resultantes tienen una reverberancia con los que dibujaba la artista mediúmnica Madge Gill. Patrones que parecen contener una dimensión sagrada en su obra y que ritman sus composiciones en un baile entre el orden y el caos.
Gill dibujaba de forma orgánica, sin plan establecido, comenzando por una esquina del papel y dejándose llevar por lo que iba surgiendo. Repitiendo un patrón, un gesto, y entrando con ello, como a golpe de tambor en un estado de flujo.
Aunque desconozcamos su origen, la mente humana parece ser una fábrica de ornamentos y es habitual percibirlos en estado de trance, en lo que conocemos bajo el nombre de psicodelia.
La que no parpadea
Las serpientes no parpadean, lo que les confiere un aire de vigilancia excepcional. La activación del tercer ojo otorga la capacidad de ver el mundo sin analizarlo. Allí, donde muchas culturas ubican el sexto chakra, los egipcios colocaron una cobra, el Ureo, a fin de distinguir a los faraones. Allí se sitúa la clarividencia, las voces internas, el poder de ver las cosas que con los ojos normales no se ven.
La vista de las serpientes, no es gran cosa y considero que en el arte intuitivo el ojo del artista no filtra, no juzga, no es el órgano por excelencia de la mente, sino que está al servicio del lenguaje del corazón o de la entraña, permitiendo un contacto directo entre lo de dentro y lo de fuera, que se expresa implacablemente, como lo hace la naturaleza.
En la imagen vemos una serpiente mudando la piel de los ojos y su aspecto me recuerda al de los inquietantes personajes de Aloïse Corbaz, que tampoco puedo imaginar parpadeando, con sus ojos siempre azules, sin pupila y por tanto sin foco, evocando un tipo de visión sobrenatural, figuras ciegas y visionarias a un tiempo.
Muchas serpientes en cambio sí tienen visión infrarroja, pues les resultan más útiles los mapas de temperatura. Especialmente a las nocturnas.
La que renace
Nocturnas serpientes como Seraphine de Senlis, que renovaba su piel periódicamente en su encuentro con lo numinoso. Cada noche, una vez concluida su jornada laboral como señora de la limpieza pintaba con lo que la tierra proveía: sangre, pétalos, jugo de plantas.
Serpientes que durante el periodo de muda, dejan de comer y se vuelven apáticas, hasta que un día la piel empieza a desprenderse desde la cabeza a la cola, como si fuera una «funda» completa.
Como Anna Zemankova, que ante la dificultad de afrontar un duelo múltiple sufría largos periodos depresivos, de los que salió con más de cincuenta años, cuando comenzó a pintar en un ritual que se imponía diariamente.
La serpiente enroscada dibuja una espiral que tradicionalmente simboliza el viaje iniciático del neófito que debe ir desde la periferia hasta el centro, allí donde se encuentra su propio secreto.
La que muda
Pero para conocer su secreto debe primero desvestirse, dejando tras de sí la huella de su paso por la tierra, sus camisas gastadas. Tener la valentía de salirse de la realidad de consenso, de ser impopular. Mujeres-serpiente ajenas a las maldición de quienes las temen.
Tanto verenaban los antiguos israelitas a la serpiente que Yaveh sintió que tenía que maldecirla de forma contundente, como muestra este fragmento del Génesis: “Maldita seas entre todas las bestias y entre los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre su linaje y tu linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañal.”
Sin embargo lo femenino y la serpiente no pueden separarse. Algo dentro de la mujer sabe que es necesario entender el cuerpo de los monstruos para permitir que las aguas fluyan y que el mundo pueda ser creado.
La que guarda el secreto
La mitología está plagada de serpientes que retienen las aguas y con ellas el caos (algunos de estos monstruos ofídifcos son Tiamat, Vritra, Hedammu, Apofis o Tifón).
El diagrama de la imagen inferior representa una cosmovisión amazónica de la anaconda Ronin rodeando las aguas primordiales y a la que se venera como custodia del conocimiento.
Según algunos cantos chamánicos, el universo se origina cuando la anaconda Ronin canta los diseños que contiene en su piel y me parece una bonita idea para Neus Sala, para ella que hubiera querido ser cantante de ópera, que siempre fue tan coqueta y qué buscó el paraíso en un bote de champú, en un bote de lejía, en cacerolas, sartenes… como si la exuberante naturaleza se hubiera colado en su hogar con una fuerza imparable.
Prakriti abriéndose paso y conquistándolo todo, desde los muebles hasta las paredes de los dos pisos que esta mujer de Martorell transformó en lo que ella llamaba “su propio museo”.
El antropólogo Jeremy Narby sostiene que en estados alterados de conciencia podemos percibir las emanaciones lumínicas de baja intensidad que se ha demostrado científicamente que emite el ADN, accediendo así a información molecular que normalmente no podemos ver por la multitud de velos que nos distraen.
El ADN, como la naturaleza, no es ni masculino ni femenino, muestra la naturaleza andrógina y doble del principio vital. La naturaleza, como el ADN, sólo se desdobla para comunicar su información.
A lo largo del libro La Serpiente Cósmica, basado en su tesis doctoral, Jeremy Narby se embarca en el rastreo de un posible paralelismo entre la serpiente y la molécula del ADN, acudiendo del chamanismo a la ciencia y de la ciencia al chamanismo, apoyándose en las investigaciones de Eliade, Campbell o Harner y observando que la idea de doble o gemelo está presente en ambos paradigmas, tanto en los datos científicos como en los mitológicos para explicar el origen de la vida.
El Ouroboros
¿O quizás la parte más jugosa del secreto tenga que ver con el tiempo? La serpiente se muerde la cola y deja de tener un principio y un final. Se vuelve infinita.
Habrá, quizás, que preguntarle a la serpiente que llevamos dentro si tiene algo que decirnos.
A la entrelazada, a la caótica, inquietante, a la amoral.
A la que protege, la que se defiende, la que devora, la que repta, la vagina dentada, la que se traga la vida.
La monstruosa, la que olfatea con la lengua, la que se transforma.
La sigilosa, la que por el agua se desliza y, como ella, se filtra.
La que se cuela por las fisuras, la fuerza fluídica.
La que conoce el Hades, el inframundo, la muerte y la resurrección.
Ella. La que silba. La Sibila.
[1] El Art Brut es una heterodoxa y escurridiza nomenclatura que se utiliza para poner énfasis en el arte intuitivo, que surge de las entrañas y como necesidad irrenunciable. Expresiones íntimas de personas, principalmente autodidactas en el plano artístico, que a menudo realizan una suerte de viaje iniciático, en espiral hacia el centro, como en un proceso de autosanación chamánica.